Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


242
Legislatura: 1861-1862 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 14 de enero de 1862
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 36, 543 a 554
Tema: Continúa la interpelación de Sagasta sobre el estado de la imprenta

El Sr. SAGASTA: Sres. Diputados, concluí ayer la última parte de mi discurso demostrando que las denuncias de los escritos por asuntos contenidos en el art. 4º de la [543] ley eran ilegales; que en consecuencia de la ilegalidad de las denuncias, eran ilegales también las multas que se habían impuesto, y que al resarcimiento de las mismas tenían derecho las empresas a las cuales se habían exigido. Fui interrumpido en esto por el Sr. Ministro de la Gobernación, que empeñado en rebajar, en achicar, en empequeñecer todas las cuestiones, trataba de rebajar esta importantísima que es cuestión legal y de alta trascendencia. Y es necesario que advierta aquí que yo no vengo a suplicar favores, sino a pedir justicia; vengo a reclamarla, y eso es siempre grande, siempre importante. El Gobierno podrá hacer lo que tenga por conveniente en esa cuestión; pero yo espero que no vendrá un Gobierno que se estime en algo, que respete la ley, que no devuelva esas multas, reparando la injusticia que el Gobierno actual ha cometido.

Yo demostré, Sres. Diputados, no sólo con el texto terminante de la ley, sino trayendo aquí toda la autoridad conocida en la materia, sin que tenga el temor de que se me oponga nada en contrario, no sólo que el Gobierno no tiene derecho a denunciar los escritos que se refieren al artículo 4.° de la ley, sino que no podía denunciarlos, porque tenía el imperioso deber de recogerlos, y asimismo lo han declarado los defensores y los adversarios de la ley, así los que la combatieron como sus mismos defensores, y así lo han entendido los Gobiernos anteriores al actual.

El Gobierno anterior a este no llevó a ningún periódico a los tribunales por nada de lo que el art. 4.° contiene, y este Gobierno era tenido por más reaccionario que el actual, que el actual, o el actual presume ser más liberal que aquel. En el Congreso esta la autoridad superior política, jefe de administración de aquel Gobierno, el que se ocupaba de las cuestiones de imprenta, el Sr. Orovio, gobernador de aquella situación; este señor dirá si denunció a ningún periódico por nada de lo que al Art. 4.º se refiere. (El Sr. Orovio: Pido la palabra para una alusión.) No apelo, Sres. Diputados, a ningún amigo político mío; apelo a un adversario político mío; pero confío en su lealtad y buena fe. Yo no tengo noticia de que aquel Gobierno hiciera denunciar a ningún periódico por artículos que se refirieran al 4.º de la ley. Ahí está la autoridad de entonces, la inmediata a los asuntos de imprenta; ella podrá decir si denunció ningún artículo por nada de lo que contiene el que tantas veces he citado.

Estas consideraciones que yo exponía ayer de las opiniones manifestadas por todos los que se han ocupado de esta materia, bastarían a mi objeto para demostrar la ilegalidad del Gobierno en la cuestión de imprenta. Pero decía que aun cuando no me conformaba con esto, todavía podía demostrar; que dentro de esa ilegalidad ha procedido el Gobierno con la imprenta en la cuestión de denunciar de una manera injusta, de una manera ilegal. ¿Qué haría el Gobierno, Sres. Diputados, para demostrar que había obrado con justicia en la cuestión de imprenta, y que yo le atacaba con injusticia? Lo que el Gobierno haría sería traer aquí, y leer a ]as Cortes, entre todos tos periódicos denunciados, los artículos más fuertes, más violentos, más anárquicos, los que hayan sufrido un mayor castigo, con objeto de demostrar con su texto la razón con que había denunciado, y no habría que acusarle por eso. Pues bien: eso mismo que el Gobierno haría para defenderse de mis ataques, eso mismo voy a hacer yo. No voy a ocuparme más que de los artículos más fuertes, más violentos, de los artículos más anárquicos y terribles.

¿Cuáles son, Sres. Diputados, cuáles fueron los artículos más fuertes y más violentos? Han de ser precisamente los que han sido más terriblemente castigados por los tribunales; pues de esos, y nada más que de esos, voy a ocuparme. Voy a prescindir, voy a dar de barato, como suele decirse, no sólo los artículos denunciados y absueltos por los tribunales, sino también de aquellos que denunciados han merecido pequeña pena por los tribunales, sin duda por su pequeña culpabilidad.

 Aquí tenía varios artículos denunciados y condenados; pero ya me voy haciendo demasiado extenso, y voy a limitarme únicamente a dos artículos que hayan sido los más fuertemente penados. Prescindo de otros artículos que lo han sido también, algunos de La Discusión y otros de El Contemporáneo: voy a ocuparme de los que últimamente se han denunciado y penado, habiendo merecido grandes penas por parte de los tribunales.

Voy a ocuparme pues de dos artículos, uno penado en 40.000 rs. y las costas, del periódico La Iberia, y otro de El Clamor Público, penado en 60.000 rs. y las costas. De esos y nada más que de esos voy a ocuparme. Pero si yo demuestro que estos artículos, no sólo han podido escribirse en un país que se dice regido por instituciones liberales, sino que han debido escribirse porque defienden en vez de atacar altísimas instituciones, ¿qué sucederá con los demás que habiendo sido condenados han sufrido penas insignificantes? Voy a ocuparme en primer lugar de un artículo de La Iberia, de un artículo tan violento, de un artículo tan feroz, tan anárquico, que mereció por parte de los tribunales una de las mayores penas que marca la ley, la pena de 2.000 duros.

Yo desearía, Sres. Diputados, leer íntegro el artículo; pero no quiero molestar tanto vuestra atención, y voy a limitarme única y exclusivamente a los párrafos que produjeron las denuncias, o los párrafos que fueron blanco de la condena; y al prescindir de los demás párrafos, al presentar aislada la idea que el escritor exponía con la preparación que creía oportuna, podía con más facilidad creerse la idea culpable; porque no es lo mismo presentar aislada una idea, que presentarla preparada y acompañada con todos los antecedentes; presentarla aislada, que preparada con lo que le antecede y con lo que le sigue: pues de todo eso prescindo; la razón y la justicia no necesitan disfraces, no necesitan atavíos; nada absolutamente necesitan para que resplandezcan por sí. Repito que no leo íntegro el escrito por no molestar al Congreso; pero lo entregaré después, para que se inserte en el Diario de las sesiones, para que sea conocido de todos.

El artículo dice, así:

" De cada día se estrecha más el angustioso círculo dentro del que tiene que cerrarse la prensa independiente al tratar de los negocios públicos."

" La censura previa, elevada a institución al lado de la libertad de escribir que reconoce la Constitución del Estado, se ejerce en esta época como no se conociera antes de los Reyes Católicos, y hasta como no se conoció en la monarquía austriaca bajo el Santo Oficio. No alcanzaban entonces adonde llegan hoy las inviolabilidades monárquicas; pero en este punto no apetecemos franquicias de ningún género: nuestro respeto a las leyes fundamentales nos hará respetar siempre la inmunidad del Trono, por más que hayan sufrido en su tiempo graves censuras los Monarcas más celosos en la conservación y defensa de su absolutismo regio."

" De tirano se calificó por los suyos, en más de una ocasión, a Felipe el Prudente, y de imbécil también, por escritores de su época, a Carlos el Enfermo: pero ni estos ejemplos son de imitar en tiempos tan diferentes de aquellos, ni la sagrada inviolabilidad de los Reyes; estaba tan a salvo por las costumbres del régimen absoluto,, como lo está entre nosotros por las del Gobierno representativo." [544]

" El recordar esto, ¿será acaso denunciable? Si así se creyera, bórrese con el lápiz rojo del fiscal toda nuestra historia política, porque para nada necesitamos de tale recuerdos. Monárquicos por nuestro propio voto, desde que optamos por la Monarquía cuando de ella se trató en 1.854, hemos aceptado sinceramente todas las consecuencias legales de nuestro libre sufragio, y no somos de los que ni por afición ni por oficio faltamos a nuestros compromisos."

" Nunca pues nos llegaremos al Trono en nuestras discusiones de hoy, y bajo este punto de vista nunca tampoco nos ha recogido ni nos recogerá el rigor de la censura previa: otras cosas podrán provocarnos su enojo, pero no ataque alguno contra la inviolabilidad del ley. Lo que deseamos es que no se eleve ésta más allá del Monarca; lo que no llevaremos a bien es que se quieran cubrir con su manto los que por mucho que se aproximen al Trono son responsables al país de sus propios actos, ya obren como sus Consejeros oficiales, ya como oficiosos servidores."

" ¿Por qué se nos habría de vedar esto? Cítesenos la ley que lo prescribe: expóngasenos la práctica constitucional que lo rechace. Cerca del Trono, en materias de Gobierno no puede haber más que agentes responsables. Esta doctrina no es sólo nuestra, sino de los Gobiernos absolutos. ¿A quién dirigió sus quejas haciéndolo responsable de su falta de remedio el obispo de Cuenca Carvajal y Lancaster en el reinado de Carlos III?"

" Cuando veamos que se infringen las leyes del reino, nadie lícitamente nos puede prohibir ni que nos quejemos de su infracción, ni tampoco que examinemos su origen, espíritu y tendencias. Desde su raíz debe herir el daño cuando para ello no se falta a lo que constitucionalmente no se halle sobre toda censura, ¿De qué serviría atacar el mal, cuando no fuera licito hacerlo con las influencias ilegítimas de donde trajera su corriente? "

" La responsabilidad de los Ministros podrá responder a la sanción penal, pero no evitar la reproducción del daño si continúa en pie su elemento generador."

" Si se quieren ejemplos prácticos de esta verdad, regístrense las sesiones del Senado de 1.854, hasta tropezar con la célebre votación de los 105; pregúntese al Presidente del Consejo de Ministros por la causa con que quiere legitimar sus hazañas de Vicálvaro; examínese el por qué de alguna de las providencias en que tomó parte como Ministro en Agosto del propio año."

"¿Ni cómo se nos ha de imponer silencio, cuando hasta la santidad de las cosas más respetables se suele profanar por los Ministros y por los que no lo son? ¿Cómo no hemos de llegar hasta las puertas del templo, cuando al pie del ara resuenan arengas subversivas disfrazadas con apariencias de homilías? ¿Cómo no hemos de ocuparnos del espíritu reaccionario que levanta conventos contra la expresa prohibición de las leyes, remedando potestades que rechaza la disciplina de la Iglesia española? ¿Cómo, cuando se echa mano de lo maravilloso para robustecer acaso tendencias ilegítimas, no hemos de prevenir el daño antes de que este venga, para tener que aplicar el remedio que sólo podrá corregirlo para en adelante?"

" Hoy no hay en España ley alguna que nos obligue a tanto, y tampoco debiera haber Ministerio alguno fiscal que lo intentara. Pero allá van leyes donde quieren fiscales, y esta tiranía es la mayor de todas las posibles. Optad por la denuncia (se nos dice); mas nuestros lectores saben lo que significa este reto, que casi suena en nuestros oídos como amenaza. En este punto, ni aún la publicación de nuestras defensas nos es lícita, para apelar por este camino del fallo de los tribunales al fallo de la opinión pública, que en mantenerlas de imprenta es el único inapelable."

" Por eso no acudimos al tribunal, pues faltándonos contrapeso de la opinión del País, hasta con sus absoluciones hemos de salir perdiendo, porque ninguna reparación alcanza a nuestro daño. Ni aún la condenación de costas puede proceder en estos juicios contra fiscales de imprenta temerarios o apasionados."

" En acusar, siempre ganan; en atropellar, nunca pueden perder. El camino que es franco y expedito para las denuncias, es impracticable para la reparación."

" Ni aún la podemos intentar de nuestros amigos por nuestros medios propios de publicidad. Es tan forzada y premiosa situación, ¿qué recurso nos queda sino el de la abnegación y el martirio? Volveremos la mejilla izquierda a la mano firme que nos hiera en la derecha; pero seguiremos constantes en nuestro propósito; nuestra voluntad excederá siempre a nuestras fuerzas, y por lo que se nos permita decir, podrán nuestros lectores ir calculando lo que callamos. Hemos vuelto a la época de las figuras y de los misterios, y mal que nos pese, nos habremos de acostumbrar al lenguaje de los mudos. Así hablaremos lo que podamos, hasta que tornen los felices tiempos de que nos habla Tácito, y que él alcanzó bajo el mismo imperio de los Césares. Estos que ahora se usan, no tienen de cesáreo sino el manto con que se cubren y la embriaguez imperial que los perturba en la profundidad de su intención, pero no en la grandeza de sus dictaduras."

" Augústulos son que empequeñeciendo sus remedos, no dejarán en pos de sus nombres sino su ridiculez. Este es el destino de nuestros Escipiones africanos.

El primer párrafo que fue objeto de la denuncia y blanco de la condena, dice así, Sres. Diputados, y llamo sobre él vuestra atención."

" Nunca pues nos llegaremos al Trono en nuestras discusiones de hoy, y bajo este punto de vista, nunca tampoco nos ha recogido no nos recogerá el rigor de la censura previa; otras cosas podrán provocarnos su enojo, pero no ataque alguno contra la inviolabilidad del Rey. Lo que deseamos es que no se lleve ésta más allá del Monarca; lo que no llevaremos a bien es que quieran cubrir con su manto los que por mucho que se aproximen al Trono, son responsables al país de sus propios actos, ya obren como sus Consejeros oficiales, ya como oficiosos servidores"

¿Qué es esto, señores? ¿En qué país estamos? ¿Qué Gobierno tenemos? ¿Adónde se nos quiere conducir? ¡Condenar un párrafo, y condenarle con una pena de las mayores que marca la ley, y condenarle de una manera tan terrible porque defiende en absoluto la inviolabilidad del Monarca, por pretender que ésta no vaya más allá del Rey! ¡Denunciar y condenar un artículo porque defiende uno de los principales fundamentos en que están basados todos los Gobiernos representativos! ¡Condenar y denunciar un artículo porque defiende uno de los principios más importantes de nuestra Constitución! ¡Señores, qué absurdo, qué ceguedad, qué locura!

Pero vamos a otro párrafo, que con el leído ya fue objeto de la denuncia y objeto también de la condena.

" ¿Ni cómo se nos ha de imponer silencio, cuando hasta la santidad de las cosas más respetables se suele profanar por los Ministros y por los que no lo son? ¿Cómo no hemos de llegar hasta las puertas del templo? "

Llamo la atención del Congreso sobre la palabra templo, porque luego tengo de ocuparme de esto:" Cuando al pie del ara resuenan arengas subversivas, disfrazadas con apariencias de homilías, ¿cómo no hemos de ocuparnos del espíritu reaccionario que levanta conventos contra la expresa prohibición de las leyes, remedando potestades que rechaza la disciplina de la Iglesia española? ¿Cómo, cuando [545] se echa mano de lo maravilloso para robustecer acaso tendencias ilegítimas, no hemos de prevenir el daño antes de que éste venga, para tener que aplicar el remedio, que sólo podrá corregirlo para en adelante? "

Señores, ¿no es verdad que el tal párrafo parece escrito como preámbulo, como prólogo de lo que han dicho en este sitio hace pocos días con tanta elocuencia y con admiración de todos los Sres. Olózaga y Madoz? ¿No es verdad, señores, que este párrafo, escrito hace tanto tiempo por un periódico progresista, viene a demostrar de una manera clara y terminante que el partido progresista piensa como los Sres. Olózaga y Madoz, y que estos señores no han hecho más que hacerse aquí intérpretes fieles, ecos fieles de los deseos, de las aspiraciones, de las ideas, de las tendencias del partido progresista? ¿No es verdad, señores, que este párrafo, hace tanto tiempo escrito, viene a desmentir todo cuanto se ha dicho de desavenencias entre nosotros, desavenencias que no ven ni pueden ver más que aquellos que sintiéndolas en su seno, se avergüenzan de nuestra sumisión, y envidian nuestra cordial armonía?

Pero esto aparte, señores, el párrafo que acabo de leer, perfectamente constitucional y que está dentro de la buena doctrina en los países regidos por instituciones liberales, fue denunciado y condenado con la pena de 40.000 rs.

Es verdad, señores, que el representante de la ley, para convencer al tribunal, dio tales vueltas y revueltas a la lógica, e hizo tal gimnasia con la dialéctica, que en uno de sus rasgos oratorios, dignos de ser esculpidas en mármol y en bronce, decía al tribunal: " Excmo. Sr.:El contenido del párrafo no es tan claro como lo es la intención. Donde dice templo, quiere decir palacio, y cuando habla de homilías, se refiere a las conferencias que la Reina puede tener con algunos de sus servidores. A lo cual contestaba con mucha oportunidad el defensor del artículo: " Excmo. Sr. En vista de la singular lógica del representante de la ley, siempre que yo hable de casa, debe entenderse navío de tres puentes." Pero la verdad es, señores, que argumentación tan inflexible, que lógica tan severa, que dialéctica tan insinuante, llevó la convicción al ánimo de los jueces, hasta el punto de que el tribunal juzgó al periódico tan criminoso, que le impuso 40.000 rs. de multa, la mayor pena que pudo imponerle.

Señores, refiero hechos, no hago comentarios. ¿Y qué comentarios he de hacer yo que no se ocurran hoy a los que me escuchan, y no se ocurran mañana a los que lean lo que en este momento tengo la honra de decir?

Pero veamos el artículo Goliat, el monstruo de los artículos, ese artículo que ha tenido el triste privilegio de ser castigado con la pena máxima de la ley, y de habérsele impuesto la mayor de las penas, de haber sido condenado en 3.000 duros. Tampoco puedo leerle íntegro para no molestar la atención de los Sres. Diputados; pero deseo que conste íntegro en el Diario de las sesiones, donde pueda leerse para admiración de los venideros, y vergüenza y baldón de los presentes. Que quede ahí para honra de esta situación tan liberal, tan generosa, tan amiga de la prensa, que se cree la más liberal, la más generosa, la más amiga de la prensa de todas las situaciones habidas y por haber. Me ocuparé sólo de los párrafos que produjeron la denuncia.

Dice así el periódico, que es El Clamor Público:

" Madrid 5 de Julio. - Sentimos no tener a la vista la respuesta original que el Gobierno español ha pasado al del Emperador de los franceses con motivo de la última nota de Mr. Thouvenel, cuyo documento ya conocen nuestros lectores, para formar una idea exacta de su contenido. La comunicación diplomática que nos ocupa, y de que sólo publica un breve y sucinto extracto La Correspondencia, ha sido dictada por el mismo espíritu reaccionario e imprevisor que se advierte en todos los despachos e instrucciones de nuestros gobernantes sobre la complicada cuestión de Italia, semillero para ellos de penosos conflictos y catálogo de humillantes desaires.

Según se desprende del simple examen, tanto del documento a que nos referimos, como de los anteriores, nuestro Gobierno se ha colocado en una situación insostenible y de tal modo comprometida, que ni puede reconocer al Reino de Italia sin incurrir en una vergonzosa contradicción, ni tampoco atacarlo sin ponerse en abierta pugna con las grandes potencias que acaban de darle su sanción, y cuyo influjo protege y garantiza su existencia. Ha hecho lo que hacen los poderes débiles y faltos de principios fijos, a quienes nadie teme ni respeta. Toda su política internacional, desde que empezaron la guerra franco-sarda y la revolución italiana, se ha reducido a protestas vergonzantes, a reclamaciones ambiguas, a notas pueriles, a quejas ilusorias, a muestras de simpatía ineficaces en favor de los grandes Duques destronados y del ex-Rey Francisco II, que en nada mejoraban su suerte, ni han retardado siquiera la catástrofe que les ha hecho perder la corona en medio de los anatemas de un pueblo ansioso de libertad e independencia."

" Al paso que proclamaba la neutralidad, dirigía notas inoportunas contra una de las partes beligerantes y en apoyo de la otra, asociándose a la causa de la usurpación extranjera y figurando al lado de los Gobiernos absolutos, bien conocidos por su adhesión al neo-catolicismo español y por los buenos oficios que prestaron en otro tiempo a los Príncipes rebeldes de la familia carlista. En medio de todo, conociendo y publicando su impotencia, se guardaba de enviar ningún socorro a sus predilectos, ni de traspasar los límites de unas lamentaciones estériles, que sonaban a un sermón de honras y a un oficio de difuntos."

" Ahora, y en respuesta a las lecciones de Mr. Thouvenel, nuestro Gobierno invoca de nuevo los principios del derecho internacional, suponiendo que, apoyado en ellos, tendrá una fuerza incontrastable, un ascendiente irresistible."

" Prescindiendo de que la palabra fuerza, escrita por un Gobierno afrentado en Méjico y en Marruecos, hace asomar una sonrisa de desdén a nuestros labios, deseamos saber cuáles son esos principios a que aluden, porque hasta hoy hemos ignorado que tuviese ninguno, y que arreglase a determinada pauta su vacilante y contradictoria conducta."

" ¿Acaso se refiere el despacho a cuyo análisis nos dedicamos, a los tratados de 1.815, impuestos por las bayonetas de la Santa Alianza, y que acaban de ser abolidos por la voluntad de los pueblos? Pues esos tratados, que suponían un orden de cosas muy diferente del que hoy existe en España; esos tratados, en cuya virtud debiera ocupar el Trono de San Fernando un vástago de la rama carlista; esos tratados, que eran un continuo torcedor para los vencedores y un padrón de ignominia para los vencidos, no existen de hecho ni de derecho, porque los han derogado las mismas potencias que los firmaron antes y después de la guerra italiana en que Austria perdió la Lombardía y tuvo que encasillarse al abrigo de las célebres fortalezas del Cuadrilátero."

" ¿Ignoran por ventura nuestros sapientísimos Metternichs que ningún tratado obliga sino en tanto que lo respetan, observan y cumplen todas las partes que concurrieron a firmarlo? Si el Austria, por su parte, y la Francia de acuerdo con la Inglaterra por la suya, han anulado los pactos de 1.815, ¿por qué se juzga obligado a guardarlos el Gobierno español, el último casi de los que en ellos tuvieron [546] intervención? ¿No teme que se crea dentro y fuera de la Península que les profesa tan entrañable cariño y les rinde semejante culto porque son la obra del despotismo teocrático y militar, el triunfo de la fuerza sobre el derecho y el código de la usurpación? "

" Aparte de esto, una doctrina consigna el Ministerio que nos parece un verdadero logogrifo." Los derechos de los pueblos, según dice, no pueden envolver el desconocimiento de los derechos de los Soberanos." Si Aristóteles, si Maquiavelo, si Montesquieu viviese, no acertarían, por mucho que se afanasen, a descifrar tan profunda máxima de derecho público. En cuanto a nosotros, nos hace el efecto de uno de aquellos abismos cuyo fondo no alcanza a descubrir la vista más perspicaz."

" ¿Cuáles son esos derechos de los pueblos, y cuáles los derechos de los Soberanos? "

" Unos y otros ¿no reconocen una misma procedencia, no nacen de una misma fuente? "

" ¿Trata quizás el Gobierno del conde-duque, ese Gobierno presidido por un hombre que se sublevó en 1.854 en nombre de la soberanía nacional, de significarnos así que los Reyes poseen en su concepto derechos propios, derechos de origen divino? "

" No hay, no puede haber más que un derecho en este punto, el que las naciones tienen en uso de su soberanía a darse la forma de Gobierno que mejor les parezca, colocando al frente del Estado al Jefe o Monarca que reúna más títulos a su respeto, a su amor, a su confianza. Los derechos de los Príncipes acaban el día en que los pueblos decretan su abolición. El sentido común lo dice, y la historia antigua y moderna lo acredita. De lo contrario, todos los poderes destronados, todas las dinastías proscritas continuarían conservando un derecho indisputable al trono de donde descendieron, al cetro que les fue arrancado de las manos. Conforme a esta doctrina serían usurpadores dignos de reprobación, en Inglaterra, los abuelos de la Reina Victoria, que reemplazaron a la dinastía de los Estuardos, expulsada del Reino-unido; en Francia, Luis Felipe, que sustituyó por efecto de una revolución a Carlos X, y Napoleón III, que el sufragio universal colocó en lugar del llamado Rey ciudadano."

" ¿Cómo se separaron los derechos de los pueblos de los derechos de los Soberanos? ¿Quién se atreverá a tirar una línea divisoria, sin exponerse a sancionar el llamado derecho divino, monstruosa herejía en el orden político, y declararse contra la legitimidad de algunos de los poderes existentes? La Reina misma de España, ¿no ha recibido su derecho de las repetidas declaraciones de la nación representada en Cortes? Si en vez de haberse está decidido a favor suyo, hubiera proclamado la causa de Don Carlos,¿de parte de quién estarían hoy el hecho y el Derecho? "

" En cuanto al Papa, objeto de la cuestión, como poder temporal no puede poseer más que aquellos derechos que la nación le ha otorgado. El día en que ésta quisiera confiar la autoridad suprema a otro magistrado, nadie tendría facultad ni fuerza para impedirlo. Ahora, como cabeza visible de la Iglesia, como vicario de Jesucristo, como padre común de los fieles, su soberanía es sagrada, inviolable, eterna. El que se atreviese a tocarla, cometería un sacrilegio y una profanación."

" El mismo Gobierno reconoce y confiesa que la influencia de los tiempos ha cambiado en gran parte de las ideas, ha hecho surgir nuevas necesidades, ha establecido relaciones diversas entre los pueblos y los Soberanos. Sin embargo, se aferra, sin decir por qué, en los tratados de 1.815, que fueron hechos en otros tiempos, conforme a ideas opuestas a las que ahora dominan, y para satisfacer necesidades que hoy condenan de consumo la razón, la justicia, el progreso de las luces y la conciencia humana."

" Lo único que el Gobierno español puede reprobar, y sobre ello estaríamos de acuerdo, es que cualquiera potencia extranjera trate de imponer con las armas en la mano leyes al Monarca y al pueblo de los Estados pontificios. Semejante conducta sería un ataque a la independencia nacional. Los romanos deben quedar en completa, en absoluta libertad para conservar el poder existente, si los hace felices, o constituir otro, si no merece su confianza, dando sus votos y sus deseos la forma y la medida a sus instituciones."

Aquí está el antro de los artículos, el articulo monstruo, ese que ha merecido la mayor pena posible, esa pena que no se ha aplicado nunca más que a los grandes delitos. Este es el artículo monstruo, cuya terrible falta, cuya inmensa culpabilidad, cuyo espantoso delito consiste únicamente en defender de una manera doctrinal, fundándose en la ciencia, levantándose en la historia, el principio de la soberanía nacional. iDelito el principio de la soberanía nacional! ¡Delito ese principio que es la base de todos los Gobiernos representativos! ¡Delito ese principio, en el que se funda la organización de todos los pueblos modernos! iDelito ese principio reconocido hace mucho tiempo hasta por los mayores déspotas, hasta por el autócrata de las Rusias, que en sus consejos a Luis XVIII le decía estas terminantes palabras: " Acomodaos, Señor, al espíritu de la época; no pretendáis defender los derechos divinos al Trono, farsa ridícula que ha podido deslumbrar en algún tiempo, pero que nadie cree hoy en ella." ¡Delito el principio de la soberanía nacional, en el cual se fundan todas nuestras instituciones políticas, en cuya virtud estamos todos ocupando estos escaños, en cuya virtud os estoy dirigiendo la palabra, en cuya virtud el Gobierno ocupa ese banco ministerial, en cuya virtud, por fin; Doña Isabel II de Borbón se sienta en el Trono de España, por ese principio y nada más que por ese principio.

El Sr. Ministro de la GOBERNACION (Posada Herrera): Pido que se escriban esas palabras, como Diputado y como Ministro.

El Sr. SAGASTA: Pierda S.S. cuidado; precisamente Las he dicho a propósito y para que se escriban.

Digo y repito, diré y repetiré, siempre que sea preciso, que el derecho único en que se funda la Corona de Doña Isabel II, es el principio de la soberanía nacional.

El Sr. FALGUERA: Pido que se escriban esas palabras.

El Sr. SAGASTA: ¡Delito el principio de la soberanía nacional! ¿Contra quién o contra qué? Porque cuando se comete un delito, es contra alguien o contra algo. ¿Contra quién o contra qué? ¿Contra el derecho divino de los Reyes? ¿Contra ese sistema absurdo, que apoderándose de las sociedades embriagadas con la ignorancia, pretende que haya algunos elegidos por la Providencia para gobernar a los pueblos, e invocándola pretenden que cual la ninfa Egeria les comunica las decisiones del cielo? ¿Contra ese sistema nefando, por medio del cual se quiere hacer intervenir a la Divinidad en nuestras debilidades y flaquezas? ¿Contra ese sistema sacrílego, por medio del cual se quiere hacer participar a la Divinidad de las iniquidades, de las maldades, y hasta de los crímenes que pueden cometer los Reyes ?

Señores, cuando yo supe que este artículo había sido denunciado, recibí la noticia sin sorpresa. ¿Cómo había yo de sorprenderme de que un artículo en que se defendía el principio de la soberanía nacional pudiera ser denunciado por un Gobierno que a la cabeza de toda la falange [547] ministerial tuvo la pretensión el año pasado de ahogar mi voz en este sitio cuando me levanté a defender dicho principio? No. A mí no me extrañó: antes por el contrario, en este Gobierno, en el espíritu ciego que le conduce, me pareció muy lógico y muy natural. Lo que a mí me extrañó, lo que a mí me llenó de asombro, lo que me produjo profundísimo pesar, no fue la noticia de su denuncia, sino la noticia de su condena.

Yo extrañé esa noticia, y me produjo grande asombro y también grande pesar, porque ella me indicaba que ese espíritu reaccionario, que esa tendencia reaccionaria, ese bicho, ese reptil venenoso que entre las ruinas de lo pasado se mueve y agita contra todo lo que es noble, grande y generoso; que ese espíritu reaccionario, que no abandona al Gobierno, que le persigue en todas partes como a Machbet la sombra de Banquo, que ese espíritu que se revela en el Congreso, que se manifiesta quemando libros, desenterrando muertos, que afecta todos los colores, que viste todos los disfraces, que pretende invadirlo todo, había también invadido los tribunales de justicia, disfrazado con la toga de magistrado.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Lafuente ): Ruego a V.S. se sirva templar su lenguaje.

El Sr. MADOZ: Eso y algo más se puede decir; pido la palabra en la interpelación.

El Sr. SAGASTA: Yo recibí esta noticia sin extrañeza; la recibí con profundo pesar; la recibí sin temor. ¿Qué importa que haya Gobiernos tan ciegos y desatentados como éste que persiguen el principio de la soberanía nacional? ¿Qué importa? El principio de la soberanía nacional está encarnado en nuestras instituciones antiguas; el principio de la soberanía nacional está vaciado en nuestra historia moderna; lo está en nuestra Constitución, en nuestras instituciones, en nuestras costumbres, en todas partes. ¿Qué importa que haya Gobiernos que lo persigan? ¿Qué importa que haya tribunales que lo condenen? A cada condena con la cual se pretenda matar el principio de la soberanía nacional, contestará el pueblo que lo ve, que lo palpa, que lo siente en todas partes, y cuando lo digáis:" la soberanía nacional ha muerto," contestará el pueblo: " viva, viva la soberanía nacional."

Había dicho, Sres. Diputados, que no me iba a ocupar sino de los artículos que habían sido condenados a las penas más terribles; porque si demostraba que en estos había habido injusticia, cuanto mayor la habría en los escritos menos penados. Pero me olvidaba de una contestación que quiero dar al Sr. Presidente del Consejo de Ministros. Quiero responder a S.S. respecto a las denuncias lo que ya le dije respecto a las recogidas. El Sr. Presidente del Consejo nos desafiaba con arrogancia a que se presentaran artículos que hubieran sido recogidos por censurar actos administrativos. Va a encontrar S.S. respecto de las denuncias lo mismo que encontró respecto de las recogidas. Aquí tengo en la mano El Reino, que fue denunciado y condenado por ocuparse de una operación financiera entre el Tesoro y el banco, y me parece que éste es un hecho puramente administrativo. De manera que no sólo se han recogido artículos que se han ocupado de estas materias, sino que también se han denunciado y condenado.

 Sirva esto de contestación a S.S. Mas por si acaso se pudiera creer que aún tratando de hechos administrativos el periódico se había valido de ciertas armas, y que ocultaban sus palabras ataques embozados, voy a leer el artículo en cuestión.

Todo lo que dice El Reino es que esa operación no había sido más que un juego de asiento. Por estas palabras fue llevado al tribunal y condenado. Pero El Reino, este mismo periódico, y todos los que en aquella ocasión quisieron ocuparse de un decreto famoso que establecía la introducción de chinos en la isla de Cuba, todos fueron recogidos, fueron denunciados, y fueron además condenados. Y cuenta, que sólo se ocupaban de ese decreto, considerando que era fatal para los intereses de la isla de Cuba. Y ¡cosa singular! el tiempo ha venido a justificar los temores de aquellos diarios, entre otras razones, por el espantoso aumento que ha tenido la criminalidad en la isla de Cuba.

Pero hay más: no sólo fueron denunciados todos los periódicos que quisieron hablar de este decreto, de este hecho administrativo, sino que La España, mucho antes, sabiendo que se iba a dar este decreto, anunció esta noticia, y La España, por haberla dado, fue denunciada y fue también condenada. Señores, ¿qué tenía la cuestión de la introducción de chinos para que el Gobierno no permitiese, no ya condenar la disposición, pero ni siquiera anunciarla? Quizá el silencio que obligó a guardar a la prensa, el veto absoluto que la puso en esta cuestión, pudo afectar a los intereses de la prensa misma; pero a quien hizo verdaderamente daño fue al Gobierno, porque desalojaba la crítica de los periódicos, y esa crítica, perdidas las consideraciones que exige la sociedad y que nunca traspasan los periódicos, tuvo que ir a refugiarse a los casinos, a las tertulias, a los cafés, a las calles y a las plazas. Los comentarios que con este motivo se hicieron contra ese decreto, semejantes a las bolas de nieve; fueron tomando grandes proporciones. A esto se expone el Gobierno cuando impide hablar de ciertos asuntos. Señores, era tanto más conveniente que el Gobierno hubiera dejado discutir ampliamente sobre este asunto puramente administrativo, cuanto que se sabia que la audiencia de la Habana había informado contra este pensamiento, y a pesar de este informe, el Gobierno, que estaba más que nadie interesado en esclarecer este asunto, no permitió hablar de él a los periódicos.

El Gobierno que procedió de este modo sabrá por qué lo hizo. Yo lo que sé es que no permitió hablar; yo lo que sé es que no permitió discutir sobre materia tan importante (El Sr. Falguera pidió la palabra), y he demostrado respecto de las denuncias lo primero que me había propuesto demostrar, que aún dentro de la ilegalidad en que se ha colocado el Gobierno ha obrado con injusticia. Ahora voy a demostrar que ha procedido hasta con iniquidad....

El Sr. VICEPRESIDENTE (Lafuente): Ruego a V.S. considere la dureza de esa palabra.

El Sr. SAGASTA: La explicaré. Según el Diccionario de la lengua tiene dos acepciones; la de maldad, la de grande injusticia, y por último tiene también la de falta de equidad. El Sr. Presidente del Consejo escogerá la que crea más adecuada. Yo no la he dicho en la peor acepción.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Lafuente): El Presidente no tiene nada que escoger. Creo que la habrá usado en el sentido más propio.

El Sr. SAGASTA: Eso he querido decir, que podía escoger la más propia; es desigualdad en aplicar la ley. El Clamor Público, y antes otros varios periódicos, fueron denunciados y castigados por cosas que pasaron libremente en otros diarios sin restricción de ninguna clase. El Clamor Público fue condenado por reproducir una gacetilla de El Contemporáneo, y al mismo tiempo otro periódico corrió libremente sin embargo de transcribir un artículo que en el mismo Contemporáneo había sido condenado. No era esto porque tuviera cariño a determinados periódicos, sino que al Gobierno lo que le importaba era ir matando periódicos, en la seguridad de que cuantos más matara, más fácil le sería hacerlo con los que fueran quedando. Ya había intentado matar a La Discusión: pero no habiéndolo podido conseguir por el camino derecho, intentó hacerlo con rodeos, y [548] dijo: Voy a ver si matando a los periódicos más fáciles de matar, consigo después con La Discusión lo que no he podido alcanzar directamente. Así se castigaba al Clamor y al Contemporáneo, creyendo que les sería más fácil matarlos; al Clamor, hijo pródigo, apenas vuelto a la casa paterna, pero que a diferencia del hijo pródigo que contra los consejos a quien su padre en un error de confianza encomendara; al Clamor Público, hijo pródigo apenas vuelto a la casa paterna, que no había tenido tiempo de recuperarse de las desgracias que esos tutores le ocasionaran, apenas repuesto de sus pasados extravíos, se dirigió a él creyendo el Gobierno que debía ofrecer poca resistencia, y quiso matarlo. Otro tanto le pareció respecto de El Contemporáneo, guerrero valiente, travieso de ingenio, pero jovencito todavía, que no había tenido tiempo de rodearse de ejército numeroso que pudiera resistir las embestidas del poder. Pero afortunadamente uno y otro periódico, cada cual como pudo, resistió el ataque, y si bien alguno quedó en reserva hasta que curado de sus heridas ha vuelto a ponerse a la vanguardia con más energía y valor que antes, la verdad es que los dos viven.

Pero cualquiera que sea la causa que impulsara al Gobierno a obrar de ese modo, ¿dejará de ser una iniquidad?¿No hay aquí falta de equidad, no es inicuo, no es injusto, considerar como bueno en un periódico lo que en otro se califica de penable?¿No es inicuo dejar de correr en un periódico lo que en otro se denuncia y condena?

Pero donde aparece esta iniquidad en toda su desnudez es en la conducta seguida con La Discusión y El Pueblo: La Discusión y El Pueblo; periódicos que defienden las mismas ideas, periódicos que emiten las mismas doctrines, periódicos que representan el mismo partido, que se publican a un mismo tiempo y hasta en el mismo punto, venían insertando a la cabeza de sus números su programa, programa que venían publicando hacía mucho tiempo en todos sus ejemplares; programa que en La Discusión había sido absuelto por los tribunales y que estaba cubierto por consiguiente con el manto de la santidad de la cosa juzgada. ¡Qué oportunidad denunciar un escrito después de circulada en 3 millones de ejemplares!

El programa de El Pueblo, publicado también hace mucho tiempo, había sido objeto de la censura del representante de la ley que había hecho en él algunas modificaciones, y posteriormente había sido reproducido en una obra escrita por el director de dicho periódico titulada La democracia, el socialismo y el comunismo. En una palabra, uno y otro programa venían publicándose por espacio de mucho tiempo, mucho más del que marca la ley para perseguir los delitos de imprenta; y por si alguno lo duda, voy a leer el art. 54 de la ley en que se había de los delitos que no están comprendidos en el art. 4.° El art. 54 de la ley dice lo siguiente: " La acción para perseguir ante los tribunales los delitos de imprenta prescribe: para los impresos que no pasen de veinte pliegos del tamaño del papel sellado, por el término de un mes; y para los que pasen, por el de tres meses."

Pues bien: uno y otro programa venían publicándose hacía, no un mes, sino muchos meses ; en La Discusión tres años, en El Pueblo no tanto, pero mucho más desde luego que lo que la ley exige; pero el Gobierno se levantó un día de mal humor, prescindió de todas estas consideraciones, saltó por encima de la ley, se olvidó de la santidad de la cosa juzgada, y denunció a El Pueblo y a La Discusión, resultando una cosa rara, que La Discusión fue absuelta y El Pueblo condenado. Los programas de La Discusión y de El Pueblo son idénticos en el fondo, y aún puede decirse que en la forma; y el tribunal absuelve a La Discusión por un párrafo de su programa, que dice : "Una Cámara," y en los mismos días, en las mismas circunstancias y hasta en el mismo local, tratándose de El Pueblo, periódico que representa las mismas ideas, tendencias y doctrinas, se condena su programa, que dice:" Una sola Cámara."

¿En cuál sentencia hemos de suponer la justicia? Si la ponemos en la una, desaparece de la otra; si la ponemos en la segunda, desaparece de la primera; advirtiendo que cuando se duda en cuál de las dos cosas está la justicia, generalmente no se pone en ninguna. ¿Por qué esta desigualdad? ¿Por qué se condenaba en un periódico lo que en otro se absolvía? iAh, señores! No es extraño eso; si el representante de la ley había emitido ya esas ideas en el tribunal con motivo de uno de los párrafos de que me hice ayer cargo; si el representante de la ley había dicho ya: para mí no puede tener fuerza una sentencia dada por otro tribunal, no siendo yo fiscal de imprenta, ¿cómo extrañar que esto sucediese? Además decía el representante de la ley: puede haber aquí delito, porque los lectores son distintos; a lo cual replicaba La Iberia: también puede ser que el artículo haya sido compuesto por diferentes cajistas, y que hasta la tinta de la impresión sea distinta.

Pero sea de esto lo que quiera, ¿no es una injusticia, no es una iniquidad el denunciar un periódico por un artículo que se deja publicar en otro distinto? ¿No es una iniquidad condenar a un periódico por lo mismo que se absuelve a otro? Y no digo más sobre esto, porque me basta lo dicho para hacer ver que aún dentro de la ilegalidad en que el Gobierno se ha colocado, ha habido injusticia, ha habido falta de equidad, y que ahora tenemos la anomalía singular de que hay dos periódicos demócratas que defienden los mismos principios, y que hay uno que está imposibilitado de defender la Cámara única, mientras que otro está autorizado para defenderla.

Pero no bastaba todo esto al Gobierno para conseguir su objeto; no le bastaba recoger artículos sin motivo fundado; no le bastaba el secuestro indebido; no le bastaban las denuncias fuera de la ley; no le bastaban las denuncias caprichosas; nada de esto le bastaba para conseguir su objeto. Las penas pecuniarias no le daban al Gobierno el punto que apetecía: era necesario convertirlas en personales. Pero como la ley no establece esas penas; como la ley las prohíbe, el Gobierno para conseguir su objeto convierte los delitos de imprenta en delitos comunes, para de esa manera poder sustituir a las penas pecuniarias las personales. De aquí, señores, las causas de Real orden. ¿En qué artículo de la ley están autorizadas? ¿En qué caso, cuándo, en qué parte de la ley se establecen las causas de Real orden? ¿Atacan los periódicos a los Ministros como tales funcionarios en el ejercicio de su cargo? Pues la ley que llama a esos delitos, delitos de imprenta, establece los medios para evitar esos ataques y para castigarlos en su caso. ¿Atacan los periódicos a los Ministros, no como tales, sino como particulares, independientemente de los cargos que ejercen? Pues abierto tienen el camino que les da la ley pare defenderse como particulares. ¿Por dónde, en qué artículo de la ley está autorizado el Gobierno para perseguir a los periódicos por causas de Real orden? Pues qué, si un Ministro como particular comete un delito, ¿se le juzga de diferente manera?¿Se sigue tramitación distinta con un Ministro que con los demás ciudadanos? Pues si la forma, si la tramitación no es diferente cuando se trata de delito cometido por un Ministro, igual será cuando se trate de un delito que se achaque a un Ministro. Y en prueba de que la ley no autoriza las causas de Real orden, si no bastara ella de por sí, todavía traigo yo aquí las opiniones de su autor. [549]

El Sr. Coello quejábase entonces mucho de que los editores de los periódicos pudieran ser castigados con penas corporales. Pues bien; he aquí lo que contestaba entonces el Sr. Ministro de la Gobernación:" No, decía S.S., no, esa no es la economía de la ley; ese no es su espíritu ni su letra. Esta ley introduce una novedad que no ha echado de ver el Sr. Coello, novedad importante, que hace que el editor responsable sólo exista para los efectos políticos de la ley, para aquello en que es especial, y garantía de un derecho, que es la libertad de la prensa."

De consiguiente, según la ley, según el autor de la misma ley, no pueden ser legales las penas corporales impuestas a los editores de un periódico. Pero ya se ve como el Gobierno veía que con las penas pecuniarias no podía nada, quería conseguir el objeto que se había propuesto por medio de las penas corporales, con objeto de que inutilizando editores, haciendo que algunos de ellos, como el de El Contemporáneo que cuenta hasta ochenta y tres años de presidio, que no los cuenta ningún criminal y que se contentaría con alcanzar de vida tantos corno tiene de condena, se hiciera imposible el que hubiera quien quisiera desempeñar estos cargos obteniendo el resultado que hasta entonces no había podido conseguirse, esto es, aniquilar los periódicos que no sofocan al Gobierno con el humo de sus incensarios. ¿Qué importa que haya un periódico que haya sufrido once denuncias y cuente hasta quince causas de Real orden, como sucede al Contemporáneo? ¿Qué importa que entre las pena que han producido esas denuncias, entre el importe de las fianzas carcelarias a consecuencia de esas causal de Real orden, y entre otros gastos consiguientes, asciendan los sacrificios de los periódicos, en cuyo caso se encuentra El Contemporáneo a cerca de 14.000 duros, hasta el punto de que repartidos entre todos los números que ha publicado en el año que lleva de existencia, produzcan una carga o sacrificio de 1.000 rs. por número? ¿Qué importa que en un mismo día, en la misma audiencia, un mismo periódico tenga señaladas dos vistas, una en la sala ordinaria y otra en el tribunal de imprenta en otra sala, para juzgar de dos cosas enteramente idénticas, exactamente iguales, dándose el triste espectáculo de que, no se sepa dónde está la verdad, cuál es la pena legal, cuál es la sala que obra en justicia? ¿Qué importa que no se sepa si la justicia está en una u otra sala, dando lugar a que no se coloque en ninguna y a que se considere nulo uno y otro procedimiento? Nada importa todo esto con tal de que el Gobierno mate a los periódicos que le incomodan.

Pero siendo legales la causal de Real orden, ¿por qué se han aplicado? Va a verlo el Congreso. Aquí tengo un párrafo que ha producido una causa de Real orden contra El Contemporáneo. Decía este periódico: " En concepto de La Época, el general O'Donnell (repare bien el Congreso en esto) tiene en su hoja de servicios políticos uno muy importante, uno que no sabe cómo hemos podido olvidar: el de haber obedecido en 1.856 a la primera indicación de la Corona, presentando respetuoso la dimisión, en circunstancias en que era dueño del Gobierno y teniendo de su parte al país."

¡Cuidado, señores, que es patriotismo el obedecer las indicaciones de la Reina un Presidente del Consejo de Ministros! ¡Cuidado que es mérito! Pues bien: a esto (lo que era natural) contestaba El Contemporáneo, ¡qué había de contestarse a esto! " Jamás se ha creído, decía El Contemporáneo, que los hombres políticos contrajesen un mérito dejando de lanzarse a la rebelión, respetando las leyes (aunque no entiendan de leyes) y acatando las órdenes directas o indirectas del Jefe del Estado."

¿Quién ha puesto esto en duda? " Pero ya que La Época establece esta regla para medir la importancia del general O'Donnell, rebelde dos veces y con distintas banderas, diremos al periódico ministerial, que, si el duque de Tetuán merece una corona por haber consumado solo dos insurrecciones militares, más brillante la merece el que consumó una, y más todavía el que nunca arrastró la ordenanza militar atada a la cola de su caballo. De modo que el Duque de Tetuán es siempre un personaje funesto."

A eso se exponen los imprudencias de ciertos periódicos. ¿A quién se le ocurre presentar como mérito de un Presidente del Consejo de Ministros el que se retirará así que S.M. se lo indicó? Pues no faltaba más que no se hubiese retirado; no le quedaba más recurso que el de retirarse, o el de salir a la calle a ponerse a la cabeza de la rebelión contra el Trono. Pero sea de esto lo que quiera, ¿hay en esto ataque al Presidente del Consejo de Ministros en sus actos públicos, en sus actos políticos? Pues aquí está la ley de imprenta, que marca si esto es delito de imprenta, y en su caso cómo deben evitarse los delitos de imprenta y cómo deben condenarse. ¿Es un ataque dirigido a su persona, independiente de su Ministerio, independiente de las funciones de su cargo? Pues acudan, como acuden todos los particulares, a los tribunales. ¿A qué causa de Real orden? Y ya que el Sr. Ministro de la Gobernación parece que me hace con la cabeza un signo afirmativo, ¿cuando, en virtud de qué artículo está autorizado el Gobierno para perseguir a los periódicos de Real orden? Léame S.S. el artículo.

Aquí tengo, señores, otro escrito de El Contemporáneo que ha producido también causa de Real orden. Es una oda escrita sobre la cabeza de D. Saturnino Calderón Collantes, que habrá podido mortificar al Sr. Calderón Collantes, pero que no tiene nada que pueda ofender su honra o su probidad. ¿Qué importa que el periodista, que el escritor diga que D. Saturnino Calderón Collantes tiene la cabeza grande o chica, que la tiene llena o vacía, o todo lo que se puede decir de la cabeza de un personaje? En esto no hay ofensa; en esto no hay ataque a su honradez; esto no le hace desmerecer de su honra o de su probidad. Y si esto fuera ataque, sería necesario prohibir uno de los géneros más fecundos y más cultivados de nuestra literatura; si esto fuera atacable, no hubiera podido escribir Quevedo sus tan aplaudidas y celebradas poesías; y si esto se considerase como ataque, sería necesario quemar una porción de libros preciosos y destruir monumentos insignes, que son la honra y prez de la literatura española.

Pero entre todas las causas del Real orden que he indicado, hay una muy notable, que pesa sobre el periódico La Iberia. Decía uno de los periódicos más notables de provincia, refiriéndose a una correspondencia de Madrid, decía entre otras cosas lo siguiente:

" El héroe de África se contenta con decir que la España es un presidio suelto, su frase favorita. Sin duda alude a las personas que le rodean."

Esto decía uno de los periódicos más notables de provincia, y esto pasó y esto corrió libremente. Todos los periódicos copiaron y comentaron esta noticia, y casi todos los periódicos de Madrid la copiaron y comentaron con la indignación que es consiguiente en el que aprecia el honor de su país, y le ve ajado en las personas más caracterizadas de él, o que por su elevada posición están al frente de él. Entre los periódicos que se ocuparon de este asunto fue uno La Iberia, que refiriéndose a esta misma correspondencia, y haciéndose cargo de toda la correspondencia de Madrid que el periódico de provincia publicaba, al llegar al párrafo en que se estampa la frase del general O'Donnell, decía:

" En cuanto al insulto que envuelve la frase que el Gran Cristiano repite, según dicen, con frecuencia, de que [550] España es un presidio suelto; sólo diremos que a los españoles les importa muy poco por las calificaciones que puedan recibir de un irlandés."

A La Iberia le parecía imposible que hubiera un español, que hubiera una persona por cuyas venas corriera sangre española, capaz de decir lo que se supone que había dicho el general O'Donnell, " porque tiene muy presente, sigue el periódico; que querer anular su honra en lo más mínimo es tanto como ladrar a la luna."

¿Qué había de decir un español más que esto? ¡Qué digo un español! Cualquier persona, que sin ser español tuviese un conocimiento cabal de nuestro país y de nuestro carácter. Por lo demás, continúa La Iberia, si esto fuera cierto, algunos mandarines, en lugar de la casaca, deberían llevar la chaqueta del forzado.

¿Qué otra cosa podía decir el periódico? Corrida la noticia, admitida la frase, pasada libremente en otros diarios; ¿qué habían de decir los periódicos españoles, qué había de decir La Iberia más que esto? No podía menos de decir: si esto es cierto, la chaqueta del forzado la habían de llevar algunos mandarines. Pues qué, si la frase es cierta; si la frase es positiva, si en efecto el general O'Donnell ha dicho que la España es un presidio suelto, ¿había de tener la ridícula pretensión de que todos aquí habíamos de ser presidiarios menos él y los que rodean a S.S.? Si la frase es cierta, si es verdadera la expresión que se atribuye al general O'Donnell, preciso será que el general O'Donnell, convenga conmigo en que, si es verdad que todos somos aquí presidiarios sueltos, también lo han de ser él y sus amigos. Admitida la frase, La Iberia no podía ser más lógica en su condicional, digo mal, La Iberia pudo ir mas allá; La Iberia debió ir mas allá, es decir, si el general O'Donnell ha dicho, esto, siempre en este sentido, siempre condicionalmente; si el general O'Donnell ha dicho esto, será preciso, será necesario convenir en que no sólo algunos mandarines debían llevar la chaqueta del forzado, sino que la debía llevar también el mismo general O'Donnell, que cuando más ha tenido la suerte de llevar una vara de cabo; pero como los cabos también son confinados, también son presidiarios y también llevan la chaqueta del forzado, es preciso convenir en que con vara y todo sería también presidiario el general O'Donnell. Y todavía podía La Iberia haber ido más lejos, porque como las varas de cabo no las obtienen los presidiarios de mejor conducta, de mejores antecedentes y de mejor comportamiento, sino aquellos....

El Sr. VICEPRESIDENTE (Lafuente): Sr. Diputado, contráigase S.S. a la cuestión para la que está autorizado a hablar.

El Sr. SAGASTA: Estoy amplificando el argumento, Sr. Presidente: yo decía que si las varas de cabo no las obtienen los presidiarios de mejor conducta, de mejores antecedentes y de mejor comportamiento, sino los más revoltosos y los mas audaces, hasta podía darse el caso de que entre todos nosotros presidiarios fuera el general O'Donnell el más malo de todos.

¿Por qué pues se persigue a La Iberia? ¿Por la condicional? No puede ser; sería un absurdo. ¿Por haber dado la noticia? No: si no la dio; si lo que hizo fue trasladarla de otro periódico tomarla de otro periódico que había corrido libremente, que hacía tiempo lo había publicado, y sobre cuya noticia habían discutido todos los periódicos de Madrid.

A La Iberia no se la persigue de Real orden por esto; a La Iberia se la persigue, porque habiendo agotado contra este periódico todos los medios de represión conocidos, habiéndole hecho víctima de 127 recogidas, ¡qué escándalo! habiendo fulminado contra él 42 denuncias, habiéndole impuesto toda clase de vejámenes, hasta el punto de que todos estos sacrificios sumados y distribuidos en los últimos ocho meses vienen a recargar a aquel periódico en 1.500 reales diarios, habiendo hecho todo esto con La Iberia, y no habiendo logrado que desapareciera, fue necesario a las arbitrariedades cometidas con ella añadir otra nueva arbitrariedad; fue necesario salirse de la ley o inventar las causas de Real orden; fue necesario hacer con La Iberia lo que se venía haciendo ya con El Contemporáneo.

¿Pero qué ha conseguido el Gobierno con perseguir con tanta saña a La Iberia y a otros periódicos? Nada; digo mal, ha conseguido lo contrario de lo que se proponía. El Gobierno decía sin duda: el director y propietario de La Iberia es el Sr. Calvo Asensio, que como no ha comerciado con sus opiniones, como no ha traficado con la política, como no se ha improvisado grandes posiciones ni enriquecido en ellas, debe contar con pocos recursos, y por consecuencia La Iberia no podrá resistir mucho tiempo a las arbitrariedades con que la trate, a las dificultades que le ponga, y La Iberia morirá. Pues el Gobierno se equivocó en esto grandemente. Al ver la saña con que a La Iberia se le perseguía, al ver la injusticia con que se la maltrataba, y al ver la dignidad, la energía, la abnegación con que no sólo aquel periódico sufría las persecuciones, sino que las desafiaba, el partido que La Iberia tiene detrás de sí, que nunca es indiferente a estos rasgos de patriotismo, el partido progresista, que no abandona nunca a los que se sacrifican, en aras de sus principios, tomó como suya aquella persecución; y por espacio de cuatro meses llenaron las columnas de La Iberia sus manifestaciones, viniendo a mostrar así que detrás de ella había un partido grande, potente; enérgico y generoso, al mismo tiempo que protestaba con estas manifestaciones contra la conducta del Gobierno, aquel diario estaba cada día más enérgico, cuanto más duras, cuanto más violentas eran las persecuciones, cuanto mayores eran las tropelías, dando con esto, señores, un espectáculo digno de ser imitado siempre que el Gobierno, en vez de seguir el camino anchuroso que le marcan las leyes, se empeña en seguir las escabrosidades de la injusticia.

Yo aplaudo desde aquí con todo mi corazón a los ciudadanos que al ser perseguidos sus principios salieron a su defensa por todos los medios que les fueron posibles; yo aplaudo también la conducta noble y digna de los redactores de este diario, que sin contar con mas retribución ni más medios para vivir que el producto de su pluma, en las circunstancias difíciles que atravesaba el periódico, se negaban constantemente a percibir el sueldo que necesitaban para comer, y alguno de ellos para sostener a su anciana madre que no tenía más apoyo que su hijo. Yo hago esta manifestación con mucho gusto para que sirva como pequeña prueba del aprecio y de la gratitud con que el partido progresista recibe los sacrificios que en defensa de los principios se hacen, y también para desmentir a los que juzgando par sí mismos a los demás, dicen que la juventud es hoy presa de su escepticismo materialista. Mientras haya jóvenes que por una idea perseguida se sacrifiquen, pierdan su bienestar, sacrifiquen hasta su sustento, a la juventud se la insulta suponiendo que el hielo de la indiferencia hace insensibles las fibras de su corazón. Yo ya sé que éste es un camino lleno de espinas; yo ya sé que este camino no conduce a las riquezas ni a los honores; pero no importa; este camino condice a una cosa más grande, conduce a la mayor satisfacción. Tampoco yo soy rico; tampoco soy humilde; pero con mi humildad y todo, yo que apenas tengo valor para resistir a la súplica, nunca cedo a la exigencia; no me creo de ninguna manera superior al pobre; pero jamás me considero inferior al poderoso; se [551] me encontrará siempre dispuesto a bajar la cerviz ante la desgracia; pero jamás abatiré mi frente ante los potentados de la tierra.

Y esta explicación que uno se da tiene su arranque en la conciencia, en el honor y en la dignidad; y tiene tanto valor, que pierde siempre el que la cambia por oro o por el falso oropel de los honores y de las distinciones; no hay otra recompensa más positiva, más grande, más verdadera para el hombre honrado, que la de poderse presentar en todas partes, ante todo el mundo, con la frente levantada, la mirada limpia, la conciencia tranquila.

Y esta explicación que uno se da tiene su arranque en la conciencia, en el honor y en la dignidad; y tiene tanto valor, que pierde siempre el que la cambia por oro o por el falso oropel de los honores y de las distinciones; no hay otra recompensa más positiva, más grande, más verdadera para el hombre honrado, que la de poderse presentar en todas partes, ante todo el mundo, con la frente levantada, la mirada limpia, la conciencia tranquila.

Aparte de esta digresión, que bien puede perdonárseme en gracia de la intención, aún no concluye con las causas de Real orden el rnartirologio de la prensa: todavía no basta, señores, no basta las recogidas injustas, los secuestros indebidos, las denuncias ilegales y caprichosas, las causas de Real orden contra ley; todavía no basta esa inmensa red que tienen que atravesar los periódicos, porque una vez atravesada, aún para aquellos que tienen la suerte de atravesarla, todavía no se ha concluido el martirologio. Salen de Madrid los periódicos, van autorizados competentemente, y cuando se creen seguros con esa autorización, se encuentran con gobernadores como el de la provincia de Valladolid y algunos otros, que queriendo dar gusto al Gobierno, cometen auctoritate propia todo género de atentados contra la propiedad, ya oponiéndose a la repartición del periódico, ya impidiéndola venta, ya castigando, si pueden, a los suscritores a los periódicos de oposición o mirando de mal ojo a los que los leen, y hasta teniendo en cuenta esta circunstancia para la resolución de los expedientes en que pudieran estar interesados; todavía tropiezan con gobernadores que a falta de otros merecimientos tienen la ineptitud, y semejantes a los tiranuelos de zarzuela, creen que el carácter consiste en tener mal genio, la autoridad en la mala educación, y el gobierno en la arbitrariedad.

Señores, ¡cuántas dificultades para los periódicos de oposición, y cuántas facilidades por el contrario para los periódicos ministeriales! Estos viajan, puede decirse, a expensas del Gobierno, recorren casi instantáneamente todos los ámbitos de la monarquía; los gobernadores los halagan, los acarician, a todas partes los llevan, y procuran que vayan a todas partes, lo mismo a las poblaciones más grandes que a las más pequeñas aldeas; lo mismo a los palacios que a las cabañas. Los periódicos de oposición hacen su viaje a pie, algunos hasta descalzos, y siempre a su costa; y aun cuando vayan provistos de pasaporte, se van obligados a entrar misteriosamente en los pueblos, y sólo esquivando las miradas de las autoridades y de sus agentes, y ocultándose para no ser vistos, es como pueden entrar; y además de esto, siendo objeto del odio más enconado y de las más injuriosas y calumniosas calificaciones.

Señores, para los periódicos ministeriales, para los periódicos del Gobierno no hay más que gracia; para los periódicos de oposición no hay ni aún justicia. Se trata de un delito que comete un periódico: ¿es ministerial? Pues no hay cuidado, no sufrirá pena ninguna. Señores, ¡qué celo el del Gobierno para procurar por su honra mandando formar causas de Real orden cuando se creen o figuran que se ha atacado a su honra; y qué descuido, qué abandono cuando se trata de la honra de los demás! Los periódicos amigos injurian a los ciudadanos, los condenan: no importa, ya vendrá el indulto, aunque sea contra el dictamen de la audiencia, o faltando a la ley y a todas las consideraciones sociales. Pero se cree un Ministro atacado en su honra, siquiera sea en sus actos políticos, para ese periódico no hay misericordia, no hay perdón; para ese el rigor más severo.

Es singular, señores; se comprende que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que decía no hace muchos días, los periódicos pueden decir lo que quieran; pero respecto de mi honra irán a los tribunales: ¿y por qué no procura el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, y por qué no procura el Gobierno defender la honra de los particulares? ¿Por qué tanto celo por su honra, y tan poco por la ajena? ¿Por qué no hace que se cumplan esas condenas? ¿Por qué las retrasa tanto tiempo? ¿Por qué da indultos sin el perdón del ofendido, sin oír a la audiencia y sin ninguna de las tramitaciones que marcan las leyes?

¿Se concibe que el Sr. Ministro de Gracia y Justicia da indultos por condenas impuestas a petición de parte, por calumnias o injurias sin obtener el perdón de la parte sin oír a la audiencia, y si la ha oído en un caso, haciendo lo contrario de lo que la audiencia propone, se concibe tanta lenidad para la honra ajena, y tanta ferocidad para perseguir a un escritor ingeniero, a un poeta hábil, porque supone el Sr. Ministro de Gracia y Justicia que se le ha hecho una injuria? ¿Se concibe eso? ¿Es digno de sentimientos nobles? ¿Es digno de hombres de Gobierno? Yo comprendo que perdonen las injurias que se les puedan hacer; pero perseguir con tenacidad las injurias que ellos creen que se les hacen, y perdonar las injurias que se hacen a los demás, esto no se comprende, esto no se concibe más que en este Gobierno.

¿Quiénes son generalmente los que más encarnizadamente acusan y persiguen a la prensa? Pues recordad su historia, examinad sus antecedentes, y os será fácil ver que fueron hombres desconocidos, que empezaron por llamarse apóstoles de la imprenta, por figurarse que perdían su reposo, su bienestar y hasta la vida, por causa de la imprenta. Conocidos ya, así obtenida la influencia sobre la opinión pública defendiendo los principios de libertad, no cuidaron ya más que de explotarla, depositándola a los pies de los encargados del poder, haciéndose de la bandera del partido más fuerte, siquiera no sea el más digno, cambiando sus principios, sacrificando los principios de la razón y de la justicia, a esas combinaciones de política ambiciosa, para alcanzar de este modo el poder más pronto, engañando luego que están en él al pueblo a quien antes dijeron que sacrificaban por él su vida.

He aquí el retrato de los más encarnizados enemigos de la prensa. Todo el orgullo, todo el desprecio con que desde la cumbre de su poder, desde la altura de su poder miraron a la institución que sirvió de base a su encumbramiento, después cuando son arrojados desde aquella altura se convierte en humildad; y los que cuando estaban en el poder miraron con tanto menosprecio y orgullo a la prensa, se les ve después que son arrojados del poder, arrastrarse mezquinamente de redacción en redacción, buscando el apoyo y mendigando los favores de aquellos mismos a quienes en el apogeo de su fortuna olvidaron lo que a la prensa debían, y la despreciaron y calumniaron.

¿Y por qué, señores, olvidar así la prensa? Prescindiendo de que la prensa en sus relaciones con el Estado, de lo cual no quiero ocuparme porque me he extendido más de lo que pensaba y quiero concluir, prescindiendo de la prensa con relación al Estado, la prensa con relación al individuo es la que facilita el trabajo, multiplica el capital, fomenta el cálculo, mejora sus condiciones intelectuales, le ayuda en sus empresas, y le sustrae del aislamiento de la sociedad, poniéndole en relaciones con ella. ¿Qué sería de muchas de esas personas si no hubiese sido por la imprenta? Que hubieran comenzado su vida en una aldea, y en ella la hubieran terminado sin más relaciones ni sociedad que la del cura de su parroquia. Pero ya se ve, la prensa [552] empieza por dar a conocer a uno, por sacarle de la mezquina esfera en que hubiera vegetado, y tal vez muerto, por ensalzarle en fin. El protegido, al verse tan alto, pierde de vista la prensa, la olvida; la prensa al observar esto se resiente y lo dice; y desde aquel instante la prensa es indigna, el orden, la sociedad exige que se le amordace y se la castigue. Pero ¡ah, señores, que bien miradas las cosas, cuánto mayores son los beneficios que proporciona en todas las esferas la prensa, que los perjuicios que pueda irrogar!

Que se levanten todos esos detractores de la prensa, los que se crean más perjudicados, y pongan en un platillo de la balanza los perjuicios que la prensa irroga, y yo pondré en el otro platillo los beneficios que la prensa proporciona: de seguro que con fuerza y prontitud se inclinará la balanza del lado de mi platillo.

Yo, señores, que al anunciar la interpelación que estoy explanando no tuve por objeto combatir al Gobierno, sino defender a la prensa de las acusaciones, de las calumnias, de las injurias de tantos géneros de que por tanto tiempo ha venido siendo objeto, acusándola de atentatoria a la sociedad unos, de anárquica otros, de incendiaria otros, y algunos hasta negándola los títulos de patriotismo, de dignidad y nacionalidad.

Yo levanto mi voz con toda la energía de que soy capaz, pare decir que todas esas calificaciones son calumniosas, que ni en poco ni en mucho las merece la prensa española. ¿Queréis perseguir y matar la prensa? Pues perseguirla, pues matadla; pero no añadáis la infamia a la persecución, porque la infamia de la prensa sería la infamia del carácter español. ¿Qué es la prensa en este país, qué es la prensa en todos los países del mundo? No es más que la expresión, la forma diaria de los sentimientos, de las costumbres, del carácter de sus habitantes. Habéis querido echar sobre la prensa una mancha, sin advertir que esa mancha alcanzaba a todos los españoles.

No: la prensa española no merece esas calificaciones; la prensa española ha sido, la prensa española es digna, es patriótica, es noble y es generosa. Recorred, siquiera sea muy ligeramente, lo que sucede con la prensa de todos los países, y veréis que en ninguna parte ha sido ni es tan digna como la prensa española. Recorred por un momento la historia de esa prensa, sus vicisitudes y su estado actual, y observareis que si hay alguna tan digna como la española, no hay ninguna, absolutamente ninguna, que sea más digna que la española. Recorred la historia de nuestra prensa, y decid si no la habéis visto siempre ser el centinela avanzado de la libertad, siempre en primer término, guardando el honor nacional y la dignidad de la patria. Decid, señores, ¿no la habéis visto siempre ofrecer en holocausto ante el altar de la patria sus resentimientos personales? Decidme:¿ cuándo la habéis visto en poco ni en mucho vender nuestra dignidad, nuestra nacionalidad, como la han vendido otras instituciones?

¡Que no es generosa la prensa! ¿Pues no la habéis visto atacando con valor, con energía, aceptando un combate desigual y a pecho descubierto, contra los desafueros de los hombres del poder, y hasta olvidarse después de ellos? Si algún defecto tiene la prensa española, es ser demasiado generosa. Si no lo fuera, es posible (ya que veo que el Sr. Ministro de la Gobernación se ríe) que alguno de los que ocupan ese banco no se sentarán hoy en él.

La prensa española es digna, patriótica, generosa, y además es también prudente. Si alguna vez excede los límites de la conveniencia; si alguna vez permite que los latidos de su razón sean ahogados por los de la pasión, y den salida a la voz de las pasiones, cúlpese al Gobierno, que maltratándola la exaspera: sucede entonces lo que con la caldera de vapor, que estalla muchas veces destruyendo lo mismo que estaba encargada de crear; culpa es del maquinista, que olvidando su misión, ha descuidado la caldera y ha dado lugar a que salte el vapor por todas partes, rompiendo la caldera, en vez de salir por donde debe, y producir el efecto apetecido.

He probado, señores: primero, que todos los Gobiernos podían haber prescindido del proyecto de ley actual de imprenta, que sólo rige por autorización, y autorización concedida en atención a circunstancias extraordinarias; pero que si todos los Gobiernos podían haber prescindido de ello, este estaba en el deber de hacerlo, porque ese compromiso tenía contraído en la oposición, y porque además se opone a la Constitución del Estado, que tiene la pretensión de haber venido a observar con toda pureza. Segundo: que habiendo aceptado indebidamente este proyecto de ley, aún dentro de esta legalidad ha recogido lo que no debía recoger. Tercero: que todas las denuncias, por lo menos las más importantes, no sólo no están conformes a la ley, sino que son contrarias a su espíritu y letra; y que aún dentro de esa ilegalidad el Gobierno ha procedido en esas denuncias injustamente y con la mayor falta de criterio. Cuarto: que las causas de Real orden también son contra la ley, y son un medio que el Gobierno ha inventado para matar la prensa. Quinto: que no sólo ha faltado a su deber, sino que ha facultado a las autoridades para atentar contra los diarios que salen de Madrid, consintiendo además que los gobernadores cometan atropellos e ilegalidades contra los periodistas. Y sexto, que este Gobierno no ha tenido respecto a la prensa más regla que su capricho, más normas que su voluntad, y la aversión con que en general mira a esta institución.

Pero si el Congreso ha podido ver en la adopción de todos, los sistemas de represión contra la prensa una falta de sistema político, el Congreso habrá podido observar también, en esto como en todo, que en medio de ése su sistema político hay siempre una idea fija, constante, culminante; la de hacer creer que en España todos los partidos políticos ya sean más o menos reaccionarios, ya sean del color que quiera, todos menos los de la unión liberal, todos son antidinásticos, como si la dinastía actual estuviese tan aislada en el país que no tuviera más apoyo que el que nace de la cúspide, del vértice, del punto de esa pirámide ruinosa que se llama unión liberal. Tened presentes las recogidas de los periódicos, las denuncias igualmente, y os convenceréis de la verdad de mi aserto.

Publica un periódico un hecho administrativo; critica un acto de un Ministro; se refiere a un hecho cualquiera de su vida política: pues se recoge el artículo para que nadie se entere de eso, para que nadie crea que hay periódicos capaces de poner en duda la capacidad de un Ministro, y para que todo el mundo se persuada de cuán elevadas son su personalidades. Pero hay un periódico que publica un artículo de historia, que recuerda doctrinas y hechos importantes, y en ese artículo, tergiversando las palabras, haciendo gimnasia, digámoslo así, con las oraciones, escudriñando hasta las intenciones del escritor, hay algo que allí a lo lejos pueda parecer ataque a la dinastía; pues entonces, eso que corra todo el mundo, que todos se enteren del artículo; y por si acaso algunos lectores no se han fijado en él y no ven un ataque que no existe más que en el deseo del Gobierno, entonces se llama la atención sobre él, se denuncia el periódico; y por si todavía el lector no ve lo que se quiere, tergiversando las palabras, diciendo que templo por ejemplo, es palacio, y otras cosas por el estilo, concluye por hacer que se califique el artículo de antidinástico, y por antidinástico se le condena. Esto se hace con [553] todos los periódicos, lo mismo con los progresistas, que con los moderados; lo mismo con los conservadores que con los demócratas y absolutistas; de manera que se escribe un artículo insignificante, pero que afecta o puede afectar la personalidad en mayor o menor grado de cualquiera de los Ministros, eso se recoge, que no lo sepa nadie: no faltaba más sino que alguno dudara de las altas prendas, de las eminencias de los Sres. Ministros.

Pero se escribe y publica algo en cualquier periódico de oposición en que puede verse algún viso de ataque a la dinastía: entonces eso que lo vea todo el mundo, que vaya de casa en casa, de pueblo en pueblo, que llame la atención, con su acompañamiento de música, de ruido y de escándalo.

¿Qué importa que de este modo crean en el extranjero que la dinastía no tiene más apoyo que el del partido, bien partido por cierto por lo dividido y desvencijado en que se encuentra el que se llama de unión liberal? ¿Qué importa que de este modo el pueblo se acostumbre a oír y quizá a creer que los partidos liberales, que los partidos constitucionales, que los que más han defendido y derramado su sangre en defensa del Trono de Doña Isabel II y de su dinastía se encuentran hoy enfrente de ese Trono y enfrente de esa dinastía? ¿Qué importa que al ver esto haya quien pueda creer que la vida de la dinastía acabara con la vida efímera de este Ministerio? Pero esta idea tan inconveniente, tan grave y peligrosa, esta idea que resalta en todas las esferas así que este Gobierno se mueve, es debida a una conducta estudiada, maquiavélica, con el objeto de vivir el Ministerio a costa de la vida de la dinastía, como vive la hiedra a costa del árbol a que se agarra, con el fin de hacer que la vida ministerial vaya unida a la dinastía. Es debida a una conducta ciega, a la cual se ve impelida por ese espíritu reaccionario que todo lo invade, que todo lo quiere destruir hasta la dinastía; pero que no pudiéndolo hacer de una manera directa y clara, lo hace por rodeos y dando vueltas, y sin saberlo acaso precipita al Gobierno en un abismo desconocido. Sea una u otra la causa de esta conducta, o las dos a la vez, es lo cierto que los partidos legales que en España existen, por esta circunstancia se los coloca en una situación excepcional, anómala y peligrosa, y no es menos peligrosa y anómala, siguiendo así la en que vendrá a colocarse la dinastía. No es menos cierto que los hombres pensadores, que los que de cualquier modo y bajo cualquier bandera política pretenden el bien del país, están en el imprescindible deber de poner todos los medios que están a su alcance para evitar un estado de cosas que no puede traer para el país sino grandes males, trastornos y calamidades. He dicho.



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL